Lemon Twings: anticipando la belleza

Soy de los que me suelo equivocar en un restaurante. Siempre elijo mal. Mi chica, bien. Me acaba apeteciendo lo que ella ha elegido. Tiene mejor pinta. Lo mío siempre es más flojo. No sé si es por un sesgo cognitivo que me lleva a pensar que lo del otro, lo de la otra es mejor que lo mío porque, simplemente, es de ella o de él.

Quizá sea por precipitación. Por ansiedad. Me pongo nervioso, se me nubla el raciocinio y yerro. O, a lo mejor (a lo peor) es que no es la intuición una de mis virtudes a destacar. También puede ser una cuestión de expectativas; me engatusa un plato con largo y cuqui nombre, me monto la película de que va a ser la hostia y luego es una medianía.

Quizá por todo ello, acudí con ganas, pero con el ceño fruncido, con la mirada entrecerrada como el meme de Fry de Futurama, el pasado 29 de mayo al bolo de los Lemon Twigs en el bilbaíno Kafe Antzoki. A ver, no es que me equivoque en demasía a la hora de elegir directos, pero me cuesta recordar un concierto verdaderamente memorable reciente. La gente, en cambio, parece vivir permanentemente en el concierto de su vida. Además, cogí la entrada con mogollón de antelación, con cierta ansiedad, sí, enfebrecido, supongo, por lo mucho que me gustó el disco de 2023 de los hermanos italoamericanos, ese sobresaliente “Everything Harmony”.

Cuando cogí el ticket hace meses tenía la intuición de que iba a ser uno de los shows del año y, como ya he dicho, no creo que esa virtud me defina. Y por último, además de las loas al mencionado trabajo, así como a su último disco, el también fabuloso “A dream is all we know”, las crónicas de su cita previa en Madrid eran demasiado excelentes. Expectativas, pues, por las nubes.

Todas esas sensaciones se fueron acrecentando en la previa al concierto. En los aledaños del Antzoki se agolpó la gente guapa de Bilbao, la intelligentsia del rock y demás gentes de bien de mediana edad para arriba, todo hay que decirlo Para ser un miércoles de finales de mayo, había ambiente de gala. Los D’Addario tenían que estar a la altura. Y virgen santa… vaya si lo estuvieron…

Vaya hora y media de orfebrería pop, de guiños soul (si cerrabas los ojos, ¿podrías imaginar a Stevie Wonder?), de sunshine pop con evidentes (y deliciosos) ecos 60’s, de power pop luminoso, de psicodelia amable y demás tópicos de periodista de revista especializada que no sabe cómo salir para acabar subrayando que fue un bolo estupendo que generó sonrisas y buenas palabras entre todos los asistentes.

Centrado en sus dos últimos discos y con una apoteósica versión del Good Vibrations de los Beach Boys, estos mozos de New York nos ganaron con un recital en el que no descubrieron nada nuevo bajo el sol, se limitaron a repasar influencias pretéritas, pero de tal modo que no, no sonaba a pastiche, ni mucho menos.

En definitiva: que estas Ramitas de Limón ha sido el mejor plato del menú en directo de lo que llevamos de año (quizá junto a los Umbrellas en Madrid); que si no estuviste, lo siento; que me alegro de haberme precipitado comprando la entrada (máxime habida cuenta del llenazo que hubo en el local bilbaíno); que las expectativas no sólo se cumplieron, sino que se superaron; y que, por una vez, la intuición (aunque, en este caso, pareciera fácil) no me falló. Si este fin de semana me vuelvo a equivocar en el plato a elegir, también puedo volver a contarlo; pero, ojo, que en el menú del sábado hay Pulp. Confío en darme otro festín.

Raul Luceño «Lucce»