¿Auditorium Rock? No, gracias

Así como metemos el rock entre cuatro paredes de acústica clásica también podemos ofertar las comidas de Adriá en un cuenco de comida para perros, o beber lujosos champanes en un bote de análisis de orina reciclado. Pero no es plan, ¿no?

 

Elegantes, modernos, fastuosos y caros se elevan en lugares emblemáticos de cada ciudad los cada día más populares auditorios. Nacidos al abrigo de una absurda competición arquitectónica de resultados aún intangibles, los grandes espacios escénicos de nuestra urbes son la respuesta a la necesidad de pequeños grandes actos que nos distingan de los demás.

Nada que objetar al erario público, que en la mayoría de los casos busca aunar la necesidad rentabilizadora de su cementera inversión con una propuesta apta para todos los públicos. Perdón, para todos los públicos pudientes.

Dentro de esa “ayuda pública” se encuentran los conciertos masivos de rock. Actuaciones de formaciones que, pudiendo llenar recintos de hasta 4000 personas, acaban programándose hasta dos días frente a 1800 asientos, tope máximo de los auditorios. O citas que se realizan en campos de futbol, las zonas urbanas donde más gente se puede reunir cobrando una entrada.

Un punto este, el de “todos los públicos”, algo despistado para todo tipo de programadores. Se puede entender que se pague a los Rolling Stones una pasta para que aterricen en un rectángulo de juego verde, porque su show es arena de ese percal.

Pero no es de recibo que, atendiendo a criterios de popularidad o acceso social, se programe “Berlin”, el disco más jodido de Lou Reed, en una playa a cielo abierto en la que pueden entrar 150000 personas.

Gentes a las que poco les importa la historia de los yanquis/yonquis, la época en que se hizo, lo que significó y lo que revolucionó. A una pregunta sobre la calidad del concierto, el 98% responderán “bien, ha estado bien, estaba tope”, obviando detalles técnicos, de listado de temas, de arreglos distintos o emociones transmitidas o recuperadas. No somos snobs. No estamos hablando de un concierto, hablamos de un acto social.

Un enfoque, el de la popularidad, que bien se puede transmitir a los auditorios cerrados: Invitan al visionado relajado, “castigan” la efervescencia impetuosa y sirven de aparcacoches sociales. Escenarios en los que no se puede fumar ni beber, ni sobre ellos ni bajo ellos. Lugares que son reflejo de ese aburguesamiento social que limita horarios y volúmenes y que predomina ropajes sobre aptitudes o rebeldías.

Podía haber metido el pop en este punto de ayudas públicas sobre asiento acolchado, pero en cierta manera esos mundos están ya tan adoctrinados para la insensibilización emotiva del oyente que su cáustica visión del mundo melódico sonaría elegante hasta en una cámara hiperbárica.

Los Ramones no nacieron en el CBGB ni los Doors en el Whisky a Gogo por pura casualidad. Y ahora Pignoise suena en salas de maderas impolutas. Y todos contentos. El problema es nuestro, que no tenemos dignidad.

¿Se imagina a Mozart creando sus mejores árias en un patíbulo, el escenario más popular de la época?

También acierta el dinero gubernamental, aunque aquí ya relativamente, a la hora de programar en sus Big Stages propuestas que de otro modo no podían pisar nuestras calles. Y decía que relativamente porque la razón por la que un evento, sea del pelo que sea, no pise otro escenario “preparado para ello” es culpa única y exclusivamente de los políticos locales.

Esa política del dejar de meter ruido, dejar de molestar” ha traído como respuesta el cierre de muchos locales y la pasividad de muchos bareros ante futuros problemas.

En los 90 la respuesta tuvo un nombre compuesto: espacios multiusos. Claro que su nombre plural lo toman del ámbito deportivo y no del melódico. O bien que podrían, porque la preparación acústica de estos espacios oferta dos conciertos en uno: uno de frente y otro de rebote, tras pegar el sonido contra la pared trasera.

Los ayuntamientos deberían desviar parte de las inversiones en grandes obras para pagar pequeños apaños: una insonorización de un bar por aquí, una buena mesa de sonido por allá. Los hosteleros, por una vez en su vida, devolverían la moneda con aportaciones económicas para conciertos de bandas poco relevantes y conocidas. Quid pro quo.

Así como metemos el rock entre cuatro paredes de acústica clásica también podemos ofertar las comidas de Adriá en un cuenco de comida para perros, o beber lujosos champanes en un bote de análisis de orina reciclado. Pero no es plan, ¿no?

7 comentarios en «¿Auditorium Rock? No, gracias»

  1. Amen,

    Yo, a modo de protesta, pienso pasarme todos los fines de semana hasta el concierto con el disco a toda leche en el coche dando vueltas por el bulevar. Así alguien sabrá cuando canta Caroline says II.

    Ahora, no descarto que al cuarto de hora de concierto la gente se marche para su casa, de puro aburrimiento borreguil…

  2. En este momento me pone más cachondo ver a los Punsetes que a cualquier (fosil de) dinosaurio de estos.

  3. Creo que ya es hora de que los espacios se abran a nuevos lugares, tanto a nivel musical como «cultural». El arte, y en esto entra la música (lógicamente), creo que se está anquilosando en los habituales espacios de representabilidad, que sin querer denostarlos, sí que creo que hay que indagar nuevos lugares y espacios para llevar a cabo diferentes iniciativas. Yo no soy la persona más adecuada para decidir cuáles deberían de ser estos lugares, más que nada porque no soy una persona muy participativa, pero a pesar de ser muy autocrítico en estos asuntos, creo que también influye el que las actividades se realicen siempre los lugares tan comunes y ordinarios (no los cito, pero todos sabemos de qué hablo). Hablo de habitar lugares del extrarradio, no necesitar de tanta legalidad, tanta carpa, flyers y en fin, la habitual parafernalia. No hablo de ser un snob o montar raves, ni que los centros culturales de vanguardia sean la panacea, sino hacer lo mismo en lugares diferentes. Además, ahora que viene el veranito creo que se nos ocurren muchos lugares dónde podrían hacerse cosas a tamaño humano.

  4. Hola,

    Creo que ya es hora de que los espacios se abran a nuevos lugares, tanto a nivel musical como «cultural». El arte, y en esto entra la música (lógicamente), creo que se está anquilosando en los habituales espacios de representabilidad, que sin querer denostarlos, sí que creo que hay que indagar nuevos lugares y espacios para llevar a cabo diferentes iniciativas. Yo no soy la persona más adecuada para decidir cuáles deberían de ser estos lugares, más que nada porque no soy una persona muy participativa, pero a pesar de ser muy autocrítico en estos asuntos, creo que también influye el que las actividades se realicen siempre los lugares tan comunes y ordinarios (no los cito, pero todos sabemos de qué hablo). Hablo de habitar lugares del extrarradio, no necesitar de tanta legalidad, tanta carpa, flyers y en fin, la habitual parafernalia. No hablo de ser un snob o montar raves, ni que los centros culturales de vanguardia sean la panacea, sino hacer lo mismo en lugares diferentes. Además, ahora que viene el veranito creo que se nos ocurren muchos lugares dónde podrían hacerse cosas a tamaño humano.

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