Anoche arrancó el festival Dock OF The Bay de la mejor de las maneras posibles. Dos películas que agotaron taquillaje, un concierto que los presentes tachan de casi memorable y una fiesta en el Bukos cercana a su cenit habitual.
Nosotros solo asistimos a la primera mitad, la proyectada. En la coqueta sala Club del Victoria Eugenia, dispuesta de hileras de sillas, vimos dos documentales con algún punto de unión y mucha diferencia de resultados. Obras que nacen en periodos convulsos y de protestas, pero cuya autenticidad y sentimiento difieren muchos pasos por los conceptos empleados, los medios utilizados y la meta que buscaban alcanzar.
“Soul Trip: The Highest Trip in America” es un repaso a los 35 temporadas que el programa Soul Train estuvo en antena en los Estados Unidos. Una emisión que fue el primer programa de música negra presentada por una persona (Don Cornelius) de dicho color facial. Se incluyen algunas pinceladas históricas de los momentos que corrían paralelos a la cada vez mayor difusión del tren soul, aunque quedan más como detalle que como mecha de la pólvora. El show musiquero bailarín parece pintarse como la principal evasión de una comunidad maltratada y castigada.
Rupturista e ingenuo en sus primeros pasos y con ideas simplemente magistrales (“El pasillo” debería llevarse a cabo en toda fiesta que se precie), el desarrollo del programa va mostrando el cada vez mayor punto mercantilista de todo negocio. Del playback a Barry White con una orquesta de 40 músicos tocando en vivo y Al Green poniendo los pelos de punta y unos anuncios desternillantes, a las actuaciones de Elton John y un divertido David Bowie, hasta el abrazo ingrato a los nuevos sonidos “negros”: la música disco y, sobre todo, el hip hop. El boom que dio la puntilla a un programa que nació para mostrar el soul y poner a los artistas afroamericanos en las pantallas de todo el país.
Curiosidad: El último presentador de “Soul Train” (Don Cornelius pasó a estar detrás de la cámara, en la marca comercial, los últimos años) fue Shemar Moore, el actor de la teleserie “Mentes Peligrosas”.
High on Hope («subidón de esperanza») tiene otro punto más cercano y contestatario. Narra las alegalidades de un grupo de jóvenes de Blackpool (Gran Bretaña) que, rebelándose contra las obligaciones estilísticas de las discotecas británicas (atroces las imágenes de los encorbatados) y los limitados horarios, deciden montarse sus propias raves cuasi secretas en pabellones abandonados. Retrata la Inglaterra de los 90, cabreada con Thatcher, el paro, “no future no hope”, decide montarse unas fiestas Acid House de cuya narración, oh, casualidad, cae toda referencia a los estamínicos que dejan la mandibula batiente. Ya saben, el buenrollismo de este tipo de obras magnificadoras.
El aumento de fama – pasan de fiestas de 50 personas hasta celebraciones de 8000- trae consigo un mayor control policial y político , llegando el tema hasta el Parlamento Inglés, que elaboró una ley con fuertes multas económicas y de privación de libertad.»El poder no destruyó el sueño, tan solo lo secuestró», dirá uno de los principales entrevistados.
Todos los organizadores fueron encarcelados y acusados de cargos que, al menos en sus propias palabras, parecen a todas luces exagerados. Una peli romántica y ensoñadora en lo referido a los derechos personales, la colaboración (ninguno muestra arrepentimiento alguno) y la lucha por los deseos frente a los frenos sociales y políticos.
(El titular del post es una adaptación de una frase de High on Hope. Un titular supuestamente alarmista de un tabloide que, lejos de asustar a los lectores, logró el efecto contrario: llenar las fiestas de gente. ¿Conseguirá lo mismo con este post?)