Google se montó en un garaje. Facebook, en una habitación de residencia estudiantil con calcetines sucios por el suelo. Donostia 2016, desgraciadamente, se ideó en una oficina con vistas a la bahía de La Concha.
Ayer noche dimos cuenta de una deliciosa paella en la freiduría de Gros con algunos músicos locales. Perdón por lo de locales, porque, cosas de la vida, los creadores que movían anoche el tenedor cual majorette su bastón me informaban que se habían quedado sin techo que frene el vuelo de sus melodías.
En una suerte de maquiavélica segunda etapa de nuestro viaje, me informaban que el pulcro y remodelado espacio que les había dado cobijo durante los últimos ¡18 años! había recibido la visita de las fuerzas paramusicales del orden.
Tras un día en el que se pasaron de la hora, un día en 18 años, los agentes pasaron a tomar su the de cortesía y, de paso, indicarles que no podían seguir allí. Que debían instalar medidas de seguridad, doble puerta y mil historias más. Y los músicos no pueden arriesgarse a entrar a ensayar bajito y sin baterías a las cinco de la tarde, porque si les precintan el garito se quedan sin acceso a sus instrumentos, a su modo de vida u ocio sano.
El dueño del trastero ha visitado el Ayuntamiento varias veces, chocando todas y cada una de las veces con un señor muy antipático que le decía que lo suyo no tenía remedio. Desde aquí recomendamos al propietario se monte una fábrica de meta, que eso sí que cuenta con muchas ayudas a la reinserción (laboral, of course) y tiene más salida (de humos, of course).
Así que el recinto en el que La Buena Vida, Aventuras de Kirlian, AMA, Rafa Berrio, Le Mans y demáns han creado sus melodías y giras corre el riesgo de clausurarse. Curiosamente, el espacio habilitado a su lado, exactamente igual al mencionado, parece que no correrá idéntica suerte. Debe ser por su cerradura, ya que se abre con un Tambor de Oro.
[La foto no es del lugar del crimen. Está robada de google]