Los últimos papeles publicados por Wikileaks sobre “La Guerra De El Golfo” (aka, Donostia 2016. Lo de El Golfo lo digo bajo la acepción de “pillo” o “pillastre”, eh?) han arrojado luz sobre el caso DOKA.
Ello ha agitado la habitualmente pacífica vida política local con reuniones a puerta cerrada, teléfonos calientes, política de pasillos, abstencionismo útil y….bah, que no ha pasado ni pasará nada, hombre.
En una categoría perdida de dicha web, entre “toda la verdad sobre el emporio Anasagasti” y “recetas de pan seco de la madre de Osama” encontramos un microfilm secreto que detalla lo ocurrido el pasado 23 de junio en la sala Doka de Donostia. Pasamos a descubriros algunos de los puntos más relevantes, que demuestran que lo descubierto es aún peor que lo ya comentado.
Noche previa a la festividad de San Juan, cuando los bares suelen contar con un par de horas más de permiso. Finalizado el concierto de Lemonade, la banda colega de Delorean – dato casi gratuito, pero que demuestra que estamos en la onda-, los DJs están pinchando música.
Llega un señor agente del orden para informar al responsable del garito que se ha realizado una medición en una vivienda adyacente a las 23 horas – quedaros con la hora-, habiéndose superado el límite legal por 1 decibelios. Sí, 1 decibelio, la décima parte de un belio.
Volvemos al minutaje. Las 23 horas. 0,0 minutos. Es el tope que, según nuestras informaciones, vecinos y gerentes se han puesto de común acuerdo, lejos de las incultas (por lo de no cultas o culturales) leyes, para convertir la bulla considerable en simple música de angelitos custodios. Lo que el Pleno no ha podido domar, que lo haga la convivencia ciudadana.
La cosa no parecía del todo grave, más allá de la abolición de la laxitud de los guardias, quienes a partir de ahora deberán multiplicarse ante los excesos de bocinazos, chillidos de madres histéricas en parques infantiles y los siempre bullosos tambores y palillos festivos.
Pero hete aquí (y eter allá, maquillate, maquillate) que este primer tropiezo, que se suele cerrar con aviso y cambio de tercio, se ha magnificado cual amor en un reality televisivo.
¿Las consecuencias? Visita de los encargados con la etiquetadora que precinta equipos de sonido. Puedo dar fe personalmente de que la máquina de expulsar sonidos ya contaba con un limitador. Y, más importante aún, el anuncio del cierre del local hasta nueva medición. Por 1 decibelio. Un acto legal, vale. ¿Excesivo? Más que probable. Recordad que era la víspera de San Juan…
Las consecuencias: el DOKA tuvo que suspender (traducido, dejar de cobrar) los actos programados para el día siguiente. Ver pasar los euros como las vacas ven pasar el tren.
Mi sensación: Estupor por este caso de estupro a nuestros espacios escénicos. Los dos bares más relevantes (¿hay más en la plana Donostia?) en esta sección de conciertos, bailes y teatrillos, lejos de conseguir cada día un mayor apoyo oficial, están siendo mirados con una lupa en cada una de sus acciones.
No pienso comparar situaciones de organización pública (Semana Grande) con actos de gestión privada. Pero sí que desearía, como ciudadano interesado en lo cultural (según la RAE: sabiduría, educación, instrucción, ilustración, formación), que en vistas de una supuesta capitalidad, y aunque ésta no estuviera de por medio, se potencie y se apoye sin fisuras la proliferación de espacios privados (garitos, coño) que sirvan para ampliar la oferta y acercar al público los grupos más escondidos de nuestro radio creativo. Acelerar. Sin borrachera, pero sin frenar.
PD: Nuestra fuente ha sido “no oficial”. Y a ti te encontré en un blog. Nos hemos intentado poner en contacto con el DOKA para que confirme o desmienta lo dicho en este blog. Aún sin respuesta.
PD2: El título alternativo era «Donostia 2016 – Buckler 0,1». Está mejor aquí, al final, como detalle.
PD3: La Foto es del Humilde Fotero.